Opinión

David Blay (Radio Marca) @davidblaytapia

Si eres treintañero/a y creciste con un ordenador (Amstrad, Spectrum o Commodore) en las manos, recordarás un juego protagonizado por un kiwi. Un pájaro, no una fruta. Una suerte de precuela de Mario Bros con una música adictiva que seguramente a día de hoy no se te haya borrado de la cabeza.
 
Esto, para nosotros los freaks, demuestra que Nueva Zelanda ya existía antes de convertirse en la Tierra Media, aunque nos guste bastante más cuando vemos a Legolas haciendo snow sobre un escudo para cargarse orcos.
 


De tablas y tierras lejanas va este artículo, que aunque no lo parezca nada tiene que ver con el mundo de los videojuegos o del cine. Pero sí con la imagen que tenemos de un país que nos queda muy muy lejos. Y donde apenas concebimos que viva o trabaje alguno de los nuestros.
 
Pero resulta que allí se ubican las mejores instalaciones del mundo para la práctica del halfpipe, que para los no iniciados es una modalidad de snowboard donde puntúan las piruetas y lo creativas que estas sean. Algo parecido a las acrobacias de los skaters pero con pistas tan específicas que son complicadísimas de encontrar a lo largo del planeta.
 
Allí, como cualquier joven que no puede ejercer su trabajo en España, lleva años desplazándose Queralt Castellet. Que si tuviera cerca de Sabadell algo similar dudo que pusiera tanta tierra de por medio. Pero que no tiene más remedio que pasarse media vida a caballo entre Wanaka y los Estados Unidos.
 
No son los deportes de nieve aquellos que fomentan la locura transitoria entre los aficionados españoles. Pero el caso es que en febrero una ciudad rusa llamada Sochi va a albergar unos Juegos Olímpicos de Invierno. Y lo que para algunos puede pasar desapercibido para otros es la cita de su vida.
 
Con 24 años, Queralt ya se clasificó para una final olímpica. En Vancouver. Pero entrenándose para la misma se pegó tal galleta que no pudo salir a competir. Y esa rabia ha crecido en su interior durante los últimos años como las huestes de Sauron en Isengard.
 
Ahora, pese a todo, la vida le regala la oportunidad de resarcirse. Tras unos años difíciles, donde no solamente ha vivido alejada de su familia sino donde ha tenido que madurar a base de discusiones (ya solventadas) con la Federación Española y de competiciones en las que muy poca gente habla castellano.
 
Dicen los expertos que la suya es una de las únicas cuatro candidaturas a medalla que tienen los nuestros en estos Juegos, aunque su número de rivales directas haya aumentado en los últimos años. Pero para quien la ha visto entrenarse se manifiesta una evidencia: pocas atletas hay más competitivas. Y muchas menos tienen su fuerza de voluntad para pensar solo en su profesión 345 días al año. Los otros 20 los pasa en familia, pero sin perder de vista las montañas. No vaya a ser que se relajen sin ella.

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